El ladrón de la horca by Bernard Cornwell

El ladrón de la horca by Bernard Cornwell

autor:Bernard Cornwell [Cornwell, Bernard]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Histórico, Intriga
editor: ePubLibre
publicado: 2001-10-01T00:00:00+00:00


En África, más allá del mar,

un pequeño muchacho solía vagar.

Aladino nuestro héroe se llamaba…

No prosiguió mucho más antes de que el público lo ahogase en una algarabía de gritos, silbidos y abucheos.

—¡Muéstranos las patas de la chica! —gritó un hombre del palco próximo a Sandman—. ¡Muéstranos sus muslos!

—¡Creo que los seguidores de la Vestris están aquí! —le gritó lord Alexander en el oído.

El señor Spofforth parecía aún más preocupado. Los periodistas empezaban a prestar atención una vez que la multitud se quejaba a gritos, pero los músicos, que ya lo habían oído todo antes, empezaron a tocar y eso calmó ligeramente al público, que aplaudió porque el prólogo fue anulado y las pesadas cortinas escarlatas se abrieron para dejar ver un claro de África. Robles y rosas amarillas enmarcaban a un ídolo que custodiaba la entrada a una cueva en la que una docena de nativas de piel blanca estaban durmiendo. Sally era una de las nativas, las cuales iban inexplicablemente vestidas con medias blancas, chaquetas de terciopelo negro y unas cortísimas faldas de tartán. Lord Alexander gritó una ovación cuando las doce chicas se levantaron y empezaron a bailar. Los clientes de La Gavilla en el foso también vitorearon ruidosamente y los seguidores de la Vestris, suponiendo que las ovaciones provenían de la claque pagada por Spofforth, empezaron a abuchear.

—¡Traed a la chica! —pedía el hombre del palco de al lado.

Una ciruela voló hasta el escenario y se aplastó contra el ídolo, que se parecía sospechosamente a un tótem piel roja. El señor Spofforth hacía inútiles gestos para calmar a un público que estaba decidido a crear el caos, o al menos lo estaban los que habían sido contratados por los seguidores de la Vestris, mientras que los demás, pagados por el señor Spofforth, estaban demasiado intimidados para contraatacar. Algunas personas entre la multitud llevaban cascabeles que inundaron la alta y dorada sala con un barullo ensordecedor.

—¡Va a ser un completo desastre! —exclamó lord Alexander, con entusiasmo—. ¡Magnífico!

La dirección del teatro debió de pensar que la aparición de la señorita Sacharissa Lasorda calmaría el tumulto, porque empujaron prematuramente a la muchacha al escenario. El señor Spofforth se levantó y empezó a aplaudir cuando ella salió tambaleándose de los bastidores; su claque vio su oportunidad y la ovacionó con tantas ganas, que por un momento ahogaron los abucheos. La señorita Lasorda, que representaba el papel de la hija del sultán de África, era morena y sin duda bella, pero era todavía un misterio si sus piernas merecían ser tan famosas como las de la Vestris, ya que llevaba una larga falda bordada con medias lunas, camellos y cimitarras. Parecía momentáneamente asustada de encontrarse en el escenario, pero entonces les hizo una reverencia a sus seguidores antes de empezar a bailar.

—¡Muéstranos los muslos! —gritaba el hombre del palco de al lado.

—¡La falda fuera! ¡La falda fuera! ¡La falda fuera! —la multitud de la platea empezó a gritar y una lluvia de ciruelas y manzanas cayó sobre el escenario—. ¡La falda fuera!



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